Por Alexandra Salgado

Desde pequeña he sabido que no solo los hombres me gustaban. Jugaba con mis vecinas a la casita. Desde la inocencia y el conocimiento reducido que teníamos sobre el afecto, nos dábamos besos, porque así lo veíamos en nuestras casas. Pero claramente, una era el padre y la otra la madre; era “normal” besarnos, pero no jugar a ser dos mujeres que se querían. Tampoco teníamos ejemplos de eso, ya que siempre los hogares homoparentales han estado condenados.

También pasé muchos años deseando ser hombre, ya que pensaba que, teniendo otra corporalidad, no me iban a decir cosas en la calle. “Acosarme” es el nombre, o tocarme sin mi permiso, hombres de todas las edades y orígenes. Odiaba tener senos y vulva. Odiaba tener una cara “finita”.

Alexandra Salgado durante protestas, retratada por el fotógrafo La Fritanga Nica

Comencé a caminar con los hombros hacia el frente, escondiendo lo más que podía mi pecho, abriendo un poco más las piernas y haciendo mala cara a cualquier persona que pasara a mi lado, con la esperanza de que el acoso y el abuso callejero se redujera significativamente. Fue en vano, ya que en un país como Nicaragua es raro que no te acosen. 

Cuándo llegué a Costa Rica en el último trimestre del 2021. Me di cuenta de que ya no me acosaban como antes. Me sentía libre. Hasta que un día me acosaron, claramente no como en Nicaragua, pero me descolocó. No sabía qué hacer porque, en el país que me vio irme, ciertas veces reaccionaba de una manera que me pudo poner en peligro en infinidad de ocasiones: respondía al acoso, encaraba, y a veces llegué a poner el cuerpo para defender mi integridad. Pero acá no supe qué hacer. 

Alexandra Salgado durante protestas, retratada por la fotógrafa Lucero Arte Social

Me quedé asustada, porque aunque parezca increíble, la cuerpa se desacostumbra al acoso después de no recibirlo por mucho tiempo. Y eso me hizo recordar cuando quise ser hombre, y me recuerda en la contemporaneidad las veces que he dicho querer una reducción de senos: para que no me acosen, para que la ropa me quede de una “mejor manera” y así las miradas se dirijan a mi cara y no a otra parte del cuerpo. 

Y así fue como llegue a pensar: «la diversidad es realmente diversa» y muy visible, ya que no solo miraba hombres gays, mujeres trans y una que otra bisexual como en Nicaragua. Miraba expresiones diversas de género, muchos hombres trans, muchas más lesbianas de las que imaginé ver algún día.

Alexandra Salgado durante protestas, retratada por la fotógrafa Camaleoni

Conocí personas intersexuales y conocí el no binarismo, y eso fue un antes y un después en este exilio. Yo, desde que recuerdo, odio los roles de género. Odio que me digan qué se supone que tengo que hacer por mi anatomía (probablemente también se une con mi problema de desobediencia a las autoridades). Me declaraba abolicionista del género. Actualmente lo soy. 

Al conocer del no binarismo, mi vida dio un giro. Lo conocí en espacios kuir/diversos proporcionados por colectivas lideradas por mujeres de diferentes orientaciones sexuales, personas trans y no binaries. Se abrió un mundo para mí: el mundo en el que no me obligan a ser una mujer bisexual, sino simplemente una persona bisexual, una persona no binarie bisexual. 

La felicidad de reconocerme como tal no duró mucho, porque para la sociedad no parecía bisexual y mucho menos no binarie: por mi personalidad, por mi cuerpo, por mis gustos y mi manera de expresarme corporalmente. Se me cuestionaba (se me sigue cuestionando). Volvieron esos deseos de cambiar mi cuerpo, porque nadie veía mi orientación sexual ni mi identidad de género. Pensaba que era toda mi culpa por no expresarlo “mejor”, por no usar el pronombre“elle”, y me cuestioné mucho tiempo si de verdad yo también era tan diversa como este país, como yo deseaba serlo.

volcánicas Resistencia bi-sible: el exilio como forma de auto-reconocimiento

Fotografía cortesía por Alexandra Salgado

Me han dado miradas acusadoras, como si hiciera apropiación/expropiación de la cultura lgbtiq+, pero también se me “perdona”, porque al ser una “mujer” para la sociedad, pueden tener deseos y pensamientos perversos conmigo y con mi cuerpo para cumplir sus fantasías. Se me ha criticado por no usar el pronombre “elle” y seguir usando “ella”, a pesar de ser no binarie. Pero muchas veces se olvida que mi posicionamiento político parte del feminismo, y que mi forma de habitar el lenguaje también responde a esa postura. 

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Mi pensamiento es claro y mis críticas al sistema lo son aún más: no podemos borrar el femenino del lenguaje cuando aún no hemos alcanzado ni siquiera el reconocimiento pleno de lo que significa ser leída como mujer en este mundo. Cambiar el lenguaje sin haber transformado las estructuras puede terminar por invisibilizar luchas históricas que siguen vigentes. El lenguaje no es neutro, y mi elección no es una contradicción, sino una forma de resistir desde lo que soy y desde donde estoy. 

volcánicas Resistencia bi-sible: el exilio como forma de auto-reconocimiento

Fotografía cortesía por Alexandra Salgado

Lo soy. Soy tan diversa como la diversidad de este país, y más de lo que cualquiera puede aceptar, porque soy una joven con útero, vagina y vulva; bisexual, feminista, estudiante, activista, defensora de derechos humanos, migranta, exiliada, refugiada, artista. 

Y aunque muchas veces me han querido encasillar, corregir o borrar, no pienso reducirme para encajar en las ideas que otros tienen de mí, hoy sé que no necesito performar una identidad para validarla ante los ojos ajenos. Soy en mí, en mis decisiones, en mis luchas y en mi existencia completa. Porque resistir no solo ha sido gritar en las calles o escribir denuncias, también ha sido habitar este cuerpo, este deseo, esta disidencia, esta contradicción viva que no se rinde. 

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Fotografía cortesía por Alexandra Salgado

El exilio no solo me arrancó de un país, también me despojó de muchas versiones impuestas de mí misma. Pero en ese mismo despojo encontré algo inesperado: la posibilidad de renombrarme, de abrazar lo que siempre fui y no sabía cómo decir. Me reconstruí en la fuga, en el margen, en la colectividad, en la ternura compartida con otres que también resisten. 

Por eso digo que este exilio, lejos de ser solo una herida, ha sido también un espejo. Un lugar incómodo, sí, pero fértil. Un territorio en el que me reconozco y me invento desde la dignidad. Hoy sé que resistir también es amarme sin condiciones, y que habitar lo que soy, aunque incomode, aunque no sea entendido del todo, es mi forma más radical de existir y resistir. 

¡Porque al final, mi identidad no es una herida: es una victoria en curso!

Sobre la autora: Alexandra Salgado, también conocida como AlexMin, es una feminista, ex atrincherada, exiliada política originaria de Nicaragua, estudiante de antropología de la Universidad de Costa Rica, artivista desde el muralismo y teatro para la defensa y promoción de los derechos humanos con enfoque feminista y migrante. Alexandra es una joven bisexual y no binarie que ha hecho del exilio un espacio de resistencia creativa y colectiva. Co-fundadora de la Liga Feminista de Refugiadas Políticas, impulsa procesos de autocuidado, memoria y denuncia desde una práctica política horizontal, afectiva y transformadora.