Florecer es una de las palabras más resonadas y repetidas en nuestros corazones nicaragüenses desde el estallido social del 2018. Personalmente siento que he florecido tantas veces, me he marchitado y he vuelto a cobrar vida, pero nunca me he rendido, o como decimos entre amigas, “nunca me he inflorecido”, ya que a pesar de cualquier circunstancia que he pasado en mi vida, he salido adelante y he logrado mis metas con mi esfuerzo y el apoyo de mi red amorosa de familias, amistades y personas que han llegado a mi vida.

Crecí en un entorno empobrecido, sin embargo, con buenos principios por parte de mis padres a la perseveración por lograr nuestras metas y desarrollo personal a través de la educación, arte y pensamientos libres desde el respeto. Desde muy pequeña me destaque en las artes, en escenarios de centros culturales y en mi colegio. Desde los seis años me integré en teatro, danza folklorica y en mi casa siempre cantaba y mi papá tocaba cualquier instrumento que tuviera al alcance en ese momento, ya que éramos tan pobres que nunca podía quedarse con un instrumento por tanto tiempo, ya que lo terminaba vendiendo para resolver la economía del día a día. 

Fue natural para mi soñar que, cuando fuera grande, iba a ser cantante. Sin embargo, con el paso de los años de mi adolescencia, las cosas se fueron distorsionando en mi entorno social y mis sueños fueron nublados por pensamientos de sobrevivencia, sobrevivencia a la pobreza, enfermedades mentales en mi familia, violencia machista, violencia de pandillas en mi barrio, más los miles de problemas que una se acumula cuando en adolescente.   

Entré a la universidad a los 16 años. Para entonces  ya habían muerto tres amigos de la infancia por problemas en las calles o de pandillas. Al cambiar a ese ambiente universitario, sentí un nuevo comienzo, sentí como florecí y salí del pensamiento precario de mi barrio y conocía través de mi maestras y maestros otros pensamientos que conectaban con lo que yo quería para mí; ser una mujer libre y establecer una vida digna y sobre todo trabajar para el beneficio social y ser cantante, algo que tuve bien claro desde muy niña.

volcánicas Siempre florecer, nunca inflorecer

Tania Malinche en Managua, Nicaragua. Fotografía por Willow Saravia.

Sin embargo, eso no me sacó por completo de mi núcleo precario del barrio y violencia dentro de la familia. Repliqué una relación de noviazgo violenta, tuve que abandonar la universidad porque tuve que iniciar a trabajar siendo menor de edad como secretaria en un puesto público y sentía más la lejanía de poder triunfar y cumplir mis sueños. Por muchos años, mis metas se empezaron a nublar y me comencé a imaginar casada con ese hombre que me hacía infeliz la mayor parte del tiempo y quedándonde por necesidad económica por mucho tiempo en ese trabajo en donde se me exigía militar al sandinismo para poder permanecer con mi puesto.

Pasaron varios años así, además desconectada del arte, ya que mi rutina de trabajo, universidad, relación tóxica, familia me absorbía, pero como un instinto natural, volvía buscar refugio en el arte y me integré en un grupo de danza en un centro cultural y fue ahí donde volví a florecer.

Las mujeres del grupo fuimos invitadas a participar en un encuentro sobre micromachismo, el cuál me llamó muchísimo la atención y decidí asistir. El encuentro fue muy emotivo, escuchar las vivencias de señoras viviendo años de violencia machista, yo era la más joven y a pesar de eso, logré identificar que estaba en una relación totalmente abusiva. Sentí un alivio en mi ser, y saliendo de ese taller terminé con mi novio y renuncié a mi trabajo aunque necesitaba dinero para mantenerme, ese trabajo iba en contra de mis principios. 

Jamás me había sentido tan empoderada. Sentí como comenzó a tener sentido mi vida, volví a florecer. Desde ahí vino una avalancha de buenas oportunidades: me colectivicé con artistas feministas, el centro cultural de donde era el grupo de danza me contrató para un puesto social, me independicé de mi familia, me abrí a explorar el amor entre mujeres, me descubrí en nuevas formas de amar, más saludables y amorosas, los vínculos sexo-afectivos entre mujeres me aportó mucho a reconectar con el amor de verdad.

Tania Malinche en Estelí, Nicaragua. Fotografía por Cesar Mejía

Seguí floreciendo con el arte y logré crear una personalidad artística más reconocida en mi entorno social, logrando crear una propuesta musical desde letras vinculadas con el feminismo. Regresé a la universidad y me especialicé en gestión de proyectos socioculturales y mi vida profesional evolucionó, incluso  logré crear una marca de emprendimiento innovadora y algo reconocida en muchas ciudades del país, lo que me llevó a ser mi propia jefa por varios años y tener una vida digna, con algunas dificultades, errores amorosos, era feliz. 

El arte me hizo viajar en muchas ocasiones dentro del país, tuve una época en donde conecté con el arte callejero, me subía a los buses a cantar o en parques, cantaba música de feministas y si me gustaba decir algunas reflexiones, recuerdo una vez mi mamá me pidió que dejara de hacerlo, ya que le daba pena que anduviera tocando en buses, pero para mí era volver a conectar con mis raíces de la calle, del barrio, desde mi empoderamiento. También viaje a otros países centroamericanos a festivales, encuentros, talleres, el arte me ha hecho volar, pero también fue fundamental para volar sin fecha de retorno de mi Nicaragua.

Tania Malinche tocando en San Salvador, El Salvador 2022

Hace casi dos años, tuve que huir de Nicaragua hacia Costa Rica por el monte y de manera irregular, ya que el gremio musical fue afectado por la persecución de la dictadura sandinista. Muchos artistas huimos principalmente hacia Costa Rica. Dejé todo lo que había cosechado y lo que seguía cultivando, familia, amistades, proyectos musicales, personales, mi propio hogar. Solo me quedé con una maleta y una nueva red de apoyo en lo que sería mi nuevo hogar, Costa Rica. 

Desde que hice maleta para huir, mis metas estuvieron claras: reconstruir lo que dejé en mi país. No iba a ser fácil, ya que para la mayoría de personas migrantes nicaragüenses en Costa Rica hay muchas limitantes, desde la discriminación por nuestro país de origen, malas políticas migratorias, violencia laboral y mucho peligro en las calles por el consumo excesivo de sustancias ilícitas.

Mis amistades nicaragüenses exiliadas en Costa Rica fueron muy importantes para reconstruir mi nido y obviamente mi red en Nicaragua que nunca me abandonó. No falto mucho tiempo para volver a cantar en nuevos escenarios, de introducirme en el activismo feminista y reconstruir mis proyectos personales. Fue muy difícil y con mucha sinceridad muy poco sostenible económicamente, por lo caro que es ese país y por lo mal pagados que somos los personas migrantes nicaragüenses y de otras nacionalidades.

Tania Malinche tocando en San José, Costa Rica en 2023. Fotografía por Willow Saravia.

Y nuevamente sentí que, a pesar de estar ejerciendo una profesión, una carrera musical y otras metas, estaba sobreviviendo, o estaba un trabajo que me explotaba y discriminaba por ser nica o estaba en un trabajo que se aprovechaba de sus beneficiarios.

Me sumergí en una de las más grandes depresiones que he tenido, casi no sociabilizaba; cuando no trabajaba, dormía mucho y en ocasiones iba a fiestas para olvidar lo vacía que me sentía y lo único que me daba vida era hacer música, sobre todo para mí, ya que nunca sentí que logré integrarme a la escena musical en Costa Rica.

Si hubiera pasado un año más en Costa Rica, probablemente no lo hubiera soportado y todo lo que volví a construir lo hubiera destruido por mi depresión y a malas decisiones con mi vida. Sin embargo, gracias a la vida logré aplicar a un programa de reubicación para personas refugiadas y migré a Estados Unidos en enero 2024

Debo decir que en un inicio no quise migrar al norte, ya que el sistema capitalista nunca me llamó la atención, sin embargo, huir nuevamente de la pobreza y la violencia me hizo volver a florecer.

Ahora tengo algunos meses de vivir en el norte, mi vida volvió a tener luz, la depresión se ha ido, aunque sigo sintiendo la nostalgia de exilio, pero cuento con un entorno y recursos saludables que me ayudan a  el dolor. Mi red de Nicaragua, de Costa Rica y ahora de este país me siguen sosteniendo, y estoy volviendo a construir mi nido, ahora con nuevos cimientos, llenos de esperanza, amor, familia y arte.

Son 32 años recorridos, retoñando con nuevas flores y dejando atrás las marchitas y reconozco que he cumplido muchas metas en mi vida gracias a mis esfuerzos, la confianza y amor hacia mi misma y hacia mi entorno. A pesar de los momentos marchitos en los que me he sumergido, mi red amorosa me sigue sosteniendo tanto en la distancia como  en la cercanía. Ahora mismo me siento bien y sanando estas nuevas heridas de mi exilio, seguramente seguiré teniendo días marchitos pero confío en que cada vez serán menos, y que el amor y el arte me seguirán sosteniendo como un abono en la tierra. Porque siempre florecer y nunca inflorecer.

Biografía de la autora: Tania Malinche, compositora musical, productora, gestora cultural, educadora popular, activista feminista. Se ha desempeñado en diferentes artes escénicas, educación popular para el empoderamiento a través de metodologías lúdicas, gestión y administración de proyectos socioculturales y en la actualidad obrera migranta musical y activista feminista.