Por Tayling Orozco Duarte
El miedo y la incertidumbre me paralizaban en cada marcha. La angustia de perder a alguien cercano, especialmente a mi madre, era constante. Sin embargo, la necesidad de luchar superaba cualquier temor. Me convertí en una voz que clamaba por justicia, aunque la vergüenza me abrazara. A pesar de las amenazas, el fuego de la resistencia nunca se extinguió, transformándose en brasas que mantenían viva la esperanza.
Mi nombre es Tayling Orozco, nací en Rivas, Nicaragua, una tierra de contrastes que me formó como mujer fuerte y resiliente. Hoy me reconozco como una mujer fuerte, valiente y la resiliencia corre por mis venas, abrazo a las mujeres de mi familia, mujeres guerreras, que han enfrentado la vida desde una perspectiva no muy fácil, pero cuya constancia, perseverancia y esfuerzo reflejan sus frutos.
Mi infancia estuvo marcada por la migración de mi padre y por episodios de acoso sexual, como consecuencia esto me obligó a madurar antes de tiempo; la mayoría de las veces me asediaban al ir y regresar a la escuela, algunas veces por trabajadores de las fincas cercanas, otras en la calle. Un momento muy marcado en mi vida fue un 16 de noviembre, cuando ocurrio la violación de una jovencita, amiga de mi comunidad.
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Llegue al punto de llorar por no querer ir más a la escuela, al querer que el río me arrastra en unas de sus llenas cuando me toca cruzarme, a rechazar mi cuerpo y todo lo que era yo, llegué a sentir vergüenza de venir desde el monte al pueblo por querer estudiar. Así como muchos lo fui olvidando, porque tenemos que superarlo, son babosadas.
Así, sin más, y como el tiempo no espera a nadie, los años pasaron y llegó el 2013. Ese fue el año en que mi vida sufrió un cambio brusco. La lucha anti-canal y por la derogación de la Ley 840 me enfrentó más angustias, asedio, discriminación, burlas, amenazas, distancia y más. Pero también me hizo ser consciente que estaba a punto de perder mi hogar, mis recuerdos y, con ello, mi adolescencia.
De un golpe rudo, la vida me hizo madurar a la fuerza, aunque nunca me reconocí como una activista, me tocó hablar, dar entrevistas, recibir periodistas, ayudar a coordinar marchas y salir a las calles. Así fue como, a mis 13 años, me involucré en la lucha contra el canal ínter océano de Nicaragua.
Fotografía de una de las más de 100 marchas del Movimiento Campesino de Nicaragua, publicada por el medio Artículo 66
Pasaron algunos años, empecé la universidad y tomó un rumbo súper tranquilo y normal, hasta que llegó el 2018, en donde con inocencia y valentía, pero también con rabia, comenzamos a defender nuestra tierra que ardía sin que quisieran auxiliarla. A esto se sumó la reforma del INS y seguidamente las agresiones a la juventud universitaria.
Con todo esto, encendieron dinamita en nuestros corazones, que al explotar, el resultado sería “la libertad” (otres dirán democracia), de un régimen que nos ha hecho esclavos inconscientes, privándonos de educación de calidad, desarrollo económico, autonomía campesina, derechos humanos.
Aún mantengo el recuerdo vivo de mi vida se resumida en marchas, plantones y tranques escalonados que posteriormente, como en el tranque de Rivas, recordando orgullosamente qué fuimos un bloqueo poderoso, la carretera panamericana del lado sur de Nicaragua (Peñas Blancas) fue nuestra herramienta de presión contra del Régimen ORMU.
Sin embargo, no fue suficiente, y la represión del gobierno me obligó a exiliarme en Costa Rica, Y fue así como un 30 de octubre, deje mi amor, mi casa, mis sueños y mi familia, adentrándome en un territorio desconocido, que recibió una Tay asustada e insegura, con el hueco gigantesco qué traía en mi alma, estaba sin entender, sin creer, no tenía un plan, no pensaba quedarme, era solo por 3 meses nada más, no sabía que hacer, a donde ir, ni a quién buscar ni abraza, luche durante meses encontré del suicidio y la depresión.
Tayling Orozco Duarte en el exilio, retratada en Costa Rica por Ximena CM
Después de casi seis años de exilio, me reconozco como lideresa y campesina, donde he podido compartir el amor nuevamente, formar una familia y crear nuestro espacio al que llamo hogar, compartir y trabajar con otras mujeres exiliadas, con las que también comparto dolores y algún tipo de violencia normalizada, con las que comparto recuerdos de madrugadas sin poder dormir, en donde queríamos salir corriendo, en donde ya no queríamos respirar, en donde nada tenía sentido, en ese contexto nos encontramos y conectamos.
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Hemos logrado sentirnos como familia y prestarnos nuestros hombros para ser consuelo pero también ser consoladas por ese abrazo que nos costaba dar y recibir, ahora las reconozco como hermanas, el exilio me permitió encontrarlas y conectar y seguir luchando por la reivindicación de nuestro derechos como mujeres y como país.
Tayling Orozco Duarte junto a otra mujer campesina en el exilio, retratadas en Costa Rica por Ximena CM
Exilio no ha sido malo del todo, tengo mi hogar, mis hijos, trabajamos la tierra, comemos, compartimos y sobrevivimos de ella también, así mismo, en el exilio, he descubierto mi liderazgo que me ha unido a otras mujeres para luchar por nuestros derechos, inicie nuevamente la universidad, y aunque como para muchas estar en una tierra ajena en donde estas por necesidad, causa angustia saber que muchos no nos quieren, pero toca ser fuerte.
Actualmente logre ser reconocida como una persona refugiada en costa Rica, toca plantar y hacer raíces qué permitan estabilidad para que mis hijas vivan una infancia lo más normal y digna posible, el exilio me enseñó lo importante de los tejidos sociales, las amistades que nos sostienen y que nos sirven de boya y viceversa, a tener esperanza y saber que la educación y la información pueden hacer el cambio.
Mis ganas de regresar nunca se han ido, pero no puedo volver hasta que mi país no sea un lugar seguro, que me garantice mi derecho universal a la vida, a la libre movilización, al no encarcelamiento y una serie de garantías que me dejen ser libre y feliz en mi tierra amada.
Nunca olvidaré la frase que dice:
¡Sin campesinos no hay comida y derecho qué no se defiende es derecho que se pierde!