Escrito por Aleyda

Antes del exilio

Soy Aleyda, oriunda de Managua, Nicaragua, una mujer que desde niña fui atípica en relación con el modelo de niña de los años 70´s. Era, como decimos en Nicaragua, una “chimbarona”., recuerdo incluso tener la habilidad de tomar un tronco de árbol y hacerlo leña para la cocina de fogón que teníamos, donde se cocinaba para mis nueve hermanas con las crecí y por si llegaban de visita alguno de mis dos hermanos que tenía. 

En una infancia rodeada de abusos sexuales a mujeres de mi entorno, y de relaciones de pareja que  sufrían por la violencia contra ellas nació mi primer dolor y orgullo. Fui seleccionada para un torneo infantil latinoamericano de baloncesto en el extranjero, sin embargo, no fui. Mi mamá era una mujer, entre otras cosas, gobernada por los miedos, de esas madres que solemos verlas como extremas por prohibir cualquier salida de las hijas, pero que, en realidad, no saben qué herramientas darles para que puedan defenderse de un mundo que ha sido tan cruel con ellas mismas. Por esta razón no me dejó viajar, y cargué con ese dolor mucho tiempo, luego lo convertí en el punto clave para defender que fui una niña orgullosamente distinta, con una fuerza física y emocional sin igual desde muy temprana edad.  

Mi segundo orgullo fue haber sido madre a los 19 años. No voy a romantizar la maternidad a temprana edad, porque, como mucha, ese embarazo fue producto de la desinformación y el abandono social y estatal hacia  las mujeres que vivíamos la sexualidad como podíamos y terminábamos en embarazos.

Fue un acontecimiento que cargué con dolor, me dejó el orgullo de poder decidir entre mi libertad y el quedarme en una relación donde seguramente acabaría hundida en la violencia, recuerdo que se me ofreció quedarme con el papá de mi hija, pero yo vi el panorama: su familia me veía como  una presa fácil, como a una chavala que iban a someter a la explotación, y yo, salí de ahí. Pasar esto es pasar por donde asustan, y logré vencerlo, así que esto no puede significar más que orgullo. 

Como eso no me hacía inmune al sistema, caí en una relación con un hombre 13 años mayor que yo. Saquen la cuenta de a cuantas formas de violencia fui sometida. Esto me llevó a una depresión profunda; llegué a pensar que nunca iba a salir de ahí. Con este hombre tuve a mi segundo hijo, con él que llegó otro dolor y orgullo, cuando mi hijo tenía 14 años su sexualidad evidentemente no era heterosexual y, al principio, como producto de los fundamentalismos caí en negación y en miedos. 

Pero me abrí al amor, a decir: “no lo entiendo pero lo amo” y desde ahí lo acompañé, lo entendí y me llené del orgullo de seguir siendo una mujer distinta, que no iba a caer en la cotidianidad vulgar de rechazar a mi hijo por su sexualidad, así llegué a los movimientos feministas, buscando formación para no solo sentir que aceptaba a mi hijo, sino para entender la sexualidad, mi propia sexualidad, mi propio cuerpo, y mi verdadero significado de amor y libertad. 

En la tierra del yigüirro

Pasé de ser una mujer atada a las trampas eternas del patriarcado, a ser una activista, defensora y acompañante de mujeres víctimas de la violencia machista en la mal lograda ruta de acceso a la justicia en Nicaragua. Esto me llevó a estar en el radar de la dictadura. 

En el 2018 ante la violencia ejercida contra estudiantes mi corazón se llenó de dolor y de rabia. Así que, salí a la calle junto a millares de personas, a marchar, a gritar, a exigir el respeto a los derechos ciudadanos. En ese momento estaba en 5to año de la licenciatura en Derecho, me robaron la oportunidad de cumplir mi meta de ser licenciada, eso me indignó muchísimo como integrante de una colectiva feminista, me uní para presentar recursos de inconstitucionalidad ante leyes impuestas por la pareja dictatorial. 

Me tocó ser asediada, recibir visitas amenazantes de miembros del área de inteligencia de la Policía Nacional hasta que tuve de salir del país. Cuándo llegué a Costa Rica, a como yo le digo “la tierra del yigüirro que descansa a la sombra del guanacaste” vino el dolor más actual que transformé en orgullo. 

Al llegar acá me encontré con desprecios, con miradas y actitudes que me hicieron cuestionar la primera cosa que no elegí en la vida y es haber nacido en Nicaragua, caminar por la calle sintiendo que haber nacido donde nací es malo, llegar a instituciones para solicitar apoyo para sobrevivir, para atender mi salud, y que al decir “soy nicaragüense” prefiriera bajar la cabeza para no encontrarme con la mirada de menosprecio y fingir que no sabía de la molestia que causaba mi nacionalidad con tal de recibir atención  en salud era una cruz que se carga con dolor. 

El día que me rompí fue cuando llegué tarde a una atención médica, situación que no es común en mi porque soy una mujer muy puntual. Sin embargo, al ir de camino hubo un accidente de tránsito y el bus nos hizo bajarnos y caminar para poder tomar el otro bus, intenté explicar esto a la persona de la entrada del lugar y me dijo “los nicas quieren que los atiendan cuando les da la gana” me fui del lugar y lloré mientras caminaba a tomar el bus, sentí que ser nicaragüense era un castigo,ese dolor no lo iba a dejar en eso, tenía que transformarlo en orgullo.

Ese dolor no lo iba a dejar en eso, tenía que transformarlo en orgullo, y otra vez mi camino lleno de mujeres sabias me ayudó a resignificar y hoy por hoy estoy segura de que está bien ser nicaragüense, que estoy orgullosa de pertenecer al país donde estamos las feministas que le podemos dar cátedra a nuestras colegas de la región sobre cómo se sobrevive y además se hace tambalear a un gobierno autoritario, sobre cómo mantenernos en pie ante los constantes ataques del régimen patriarcal por derrotarnos, eso las feministas nicaragüenses lo sabemos muy bien y desde que hice esta reflexión junto a mis amigas ya no cargo con dolor mi nacionalidad.

Ahora, en la Costa Rica que me da refugio digo “que orgullo tengo de ser una feminista de Nicaragua”.