Ella miró el precipicio, las piernas le temblaban, sintió el vértigo transitar su ser, pero cerró sus ojos, respiró, se dijo “vos podés” y se lanzó al vacío llamado vida. Esta metáfora fue la que elegí para comenzar a tejer este texto que tratará de resumir la historia de vida de esta mujer que por acá les habla, quien en estas letras tratará de retratar un poco de su vida, una vida llena de aprendizajes, caídas y levantadas, sonrisas y llantos, convicción e incertidumbre, soledad y compañía, una vida que hoy digo que me pertenece. Una vida en la que además de resistir desea abrazar y honrar este existir.

Soy Elizabeth Villarreal, originaria de Granada, Nicaragua, y como toda granadina fachenta por su calzada, del imponente volcán Mombacho, del lago Cocibolca y sus isletas, y de cada luna llena que desde aquel lago se veía salir y nos regalaba un espectáculo que aun casi seis años después de no verlo  sigue presente en mi memoria y traslada mi mente a esas noches en los atrios de las iglesias de Granada o el malecón. Una ciudad que guarda en sus calles las memorias de quienes ya no están, pero que me reconforta solo con recordar haberlas habitado.

Como a muchas personas, nos tocó en algún momento despedir a alguien cercano que había decidido irse a trabajar a otro país. En mi caso la migración atravesó mi historia desde muy pequeña cuando tocó decir adiós a mi padre. Siempre escuchaba hablar también de mis tías y tíos que migraron, pero nunca había dimensionado las implicaciones o el significado de migrar. 

El 2018 fue un año que a miles de nicaragüenses marcó un antes y un después. Transitar por la memoria y recorrer aquellas calles llenas de consignas, de rabia, de dolor, de valentía, pero también de ingenuidad o falta de experiencia para enfrentar una dictadura que mostró de manera más descarada sus peores facetas, fue un episodio que marcó uno de los viajes más transformadores de mi vida, donde no era YO, éramos nosotres, cobijados y protegidos simplemente por un cielo infinito que veía interrumpida su paz con el sonar de los morteros que avisaban o que todo estaba bien o que algo estaba pasando, y es que fue ese episodio de mi vida que marcó uno de los viajes más retadores que se me han presentado.

Mi participación en las diversas expresiones de resistencias en contra de la dictadura Ortega-Murillo, tuvo como principal consecuencia la respuesta del gobierno: cárcel y exilio.  Ya mi patria no era un lugar seguro para seguir. 

Y fue ahí cuando continuó esta aventura ahora en un nuevo territorio un lugar que ya formaba parte de mi historia con las migraciones de generaciones anteriores, Costa Rica recibió a una Eli fracturada, si pudiese describir cómo me sentía en ese momento lo haría como el vacío, estaba en blanco o en la nada, no tenía un plan, no pensaba quedarme, no sabia que hacer, la incertidumbre atravesó nuevamente mi vida y mi realidad, pero tocó en este país comenzar a levantarme y comencé por abrazar las nuevas redes que poco a poco en el exilio fui construyendo, hoy a 65 meses reconozco el paso de cada una de las personas y experiencias que en estos meses y años pasé.

Como lideresa pude compartir espacios con otras mujeres que además de compartir el exilio, compartimos un sinnúmero de desigualdades o “violencias sutiles o normalizadas” y otras no tanto, en espacios organizativos tradicionales, por lo tanto compartimos además de las violencias por parte del gobierno otras formas de violencias que nos atravesaban por el ejercicio político, en ese contexto nos encontramos y conectamos desde la humanidad y la digna rabia, desde el vernos como otra compañera de camino, de tomarnos la mano y prestar nuestros hombros para ser consuelo pero también ser consoladas por ese abrazo cálido de otras compañeras que tiempo después reconocí como hermanas, el exilio me permitió encontrarlas y llamarlas además mis amigas y compañeras de Colectivas, juntas cofundamos la Colectiva Feminista Volcánicas.

volcánicas Del Mombacho al Miravalles: resistir y dignificar para honrar este camino

Este espacio fue mi primer contacto con el feminismo, donde comencé a tener acercamiento a los principios e ideales feminista, reconociendome como tal, a ver en mi historia de vida y la de mis ancestras las múltiples resistencias que desde la cotidianidad me transmitían, a reconocer en las historias de las mujeres de mi vida la fuerza y entereza para enfrentar sus realidades y romper roles establecidos, también reconocí el paso por mi historias a otras mujeres que llamé amigas que me sostuvieron desde la adolescencia, una etapa muy compleja en el que mi cuerpa fue foco de críticas y cuestionamientos masculinos y estereotipados que causaron un daño del que no era consciente en ese momento. Esta etapa me llevó a conocer mis inseguridades y a lidiar con serios trastornos alimenticios que amenazaron mi salud física.

Pero fue en esa etapa que volví a sentir el abrazo de mi madre y el apoyo de mis amigas. En retrospectiva reconozco que este andar me ha dado el privilegio de saberme acompañada y afortunada, ya que las redes  de mujeres que me cobijan desde el amor y la ternura han sido fundamentales para enfrentar los retos que me han tocado. 

Ahora al retomar mi etapa en la que ya oficialmente me nombro feminista comenzó otra muy transformadora, pues comencé a trabajar en diversos espacios sociales con un enfoque de género que transversaliza todas sus acciones. Desde mis trabajos, también tuve la oportunidad de vincularme con la población migrante y contribuir desde un enfoque integral e integrador al desarrollo de las capacidades individuales y colectivas. Con estas experiencias profesionales, he tenido la oportunidad de reivindicar la migración como parte fundamental de la historia de nuestra patria, Nicaragua, una realidad que por generaciones había quedado invisibilizada.

Desde los múltiples aportes de la migración, además del económico, existen también esas expresiones de resistencias cotidianas con las que las personas en condición de migración han sobrevivido a lo largo de la historia. Ahora, cuando la migración atraviesa mi vida es que también reconozco la importancia de posicionar esas resistencias y resiliencia de un pueblo que vive en un territorio al que no se le permite llamar patria (Costa Rica) pero a la vez habita en el corazón una patria que tampoco puede estar (Nicaragua).

Esta aventura comenzó hace 34 años y me ha llevado a nombrarme como activista en construcción y en constante aprendizaje, a cuestionarme cómo quiero ejercer este activismo: y es desde la coherencia, la humanidad y la ternura y a la vez reconociendo la fuerza mía y de las mías que me han sostenido y siguen sosteniendo para pararme con las piernas firmes ante las dificultades por las que muchas pasamos, tanto violencias por el hecho de ser mujer, o ser mujer dentro de espacios políticos o las violencias simbólicas que nos atravesaron o bien las otras y muchas expresiones de desigualdad que son reales, pero que desde mi experiencia además de ese poder interno que tengo reconozco el poder de las redes que me han sostenido, es por eso que vengo a la vez comprendiendo que no puedo ser activista sin reconocerme como humana, como ese ser imperfecto y herido, que es capaz de resistir, pero también de dejarse cuidar y acompañar, esa mujer fuerte y tierna, esa activista que busca humanizar ese ejercicio.

Sucede pues tal como les compartí al principio esta historia la continúo escribiendo con una mirada más humana, con más ternura, reconociendo el amor en sus múltiples expresiones como el combustible transformador de realidades, a su vez con esa mirada temeraria y aguerrida, estas líneas las escribe una mujer en aprendizaje y uno de los mayores fue abrazar su historia y ver a su niña desde la ternura, honrar el legado de su madre y abuelas; y agradecerse diciendo: “Gracias por resistir y vivir, gracias por frentear a la vida con temple y convicción”.