Por @ovariosrebeldes
El cuerpo nos delata, abril pasa de año en año y por los últimos seis años en la vida de las y los nicaragüenses, no es un mes cualquiera.
Podemos intentar continuar con nuestras vidas en medio de la dureza económica que atraviesa internamente el país o la dureza del exilio donde las peripecias del día a día desgastan también nuestras vidas, memorias acontecen nuestras mentes, para quedar en un flashback de sucesos dolorosos, que emanan miedo, desesperanza y enfado, también gritos, algarabía en las calles, matracas, cohetes, música folclórica y trova latinoamericana ¨patria libre para vivir¨, estudiantes organizándose, y personas que tienen menos dando lo poco para mantener vivas las manifestaciones y mucha pero mucha solidaridad.
Los eventos traumáticos que hemos vivido, los hemos estado viviendo como pueblo, es por eso que la sanación individual no es tan fácil, porque seis años después aún estamos con esta herida abierta. No hemos podido atravesar una recuperación del duelo porque aún estamos en resistencia contra una dictadura que controla la vida de las y los nicaragüenses pero que además nos mantiene en condiciones deplorables.
Este año quiero compartirles una mirada desde el otro lado del trauma colectivo; los espacios de acuerpamiento emocional que abril nos ha dejado, recuperar la voz y la solidaridad que una vez este régimen usurpó para vaciar la Nicaragua libre en la que soñamos.
La solidaridad entre nicaragüenses ha sido una estrategia de sobrevivencia histórica que al día de hoy no hemos perdido, desde los tiempos de la colonia española, hasta los procesos neocoloniales con las compañías de frutas de Estados Unidos, hasta la revolución contra la dictadura somocista en Nicaragua, esta revolución pacífica que emprendemos desde 2018, es fruto de esa solidaridad política entre todos los sectores marginalizados, las caras político- partidarias que se olvidaron del pueblo no se esperaron esta solidaridad frente a la desigualdad estructural de la Nicaragua bajo la tiranía del finquero Daniel Ortega.
No es para menos que en 2018 los sectores y lugares que nunca se habían manifestado de pronto dieron la cara ante tantas políticas de muertes, que atentan contra los derechos fundamentales de las personas, su pan de cada día, su libertad y la vida misma, las intersecciones entre tantos sectores de la sociedad civil como los movimientos de mujeres y feministas, el movimiento campesino, el estudiantado, artistas y hasta los chavalos de los barrios populares, se hicieron eco por todos los rincones del país.
Es la primera vez en más de una década que podemos ver acciones políticas y cotidianas de apoyar a la otra persona sin esperar nada a cambio, compartir la comida y agua en la calle, disfrutar de las calles aún en un contexto de extrema violencia y el ejercicio diario de no olvidar a las víctimas de los atentados mortales orquestados por el aparato policial y paramilitar del régimen.
Este régimen que tanto ha proclamado, la reconciliación, el amor y la solidaridad nos dejó escenarios de odio, venganza, manipulaciones y muerte tapados a la fuerza con sus colores chillones y símbolos religiosos de sus nefastas caras.
Es tarea de las y los nicaragüenses recuperar nuestros espacios de amor comunitario, de cuidar a las personas con las que vivimos y nos rodeamos, la naturaleza y nuestras emociones como acto de resistencia individual y colectiva frente a una dictadura que nos quiere polarizados y divididos, en la cárcel, exiliados o muertos.
Para eso la solidaridad se entrena como un ejercicio ciudadano, un compromiso ético de quienes tienen más privilegios, compartir con el resto de las personas, cambiar el plomo por la escucha, la indiferencia por empatía y el ¨vamos con todo¨ por ¨vamos con todas y todos por esa Nicaragua que queremos¨.
Durante estos años la organización creativa y comunitaria nos ha estado salvando, las personas que se organizan en cooperativas de consumo local y alternativo, las y los nicaragüenses que se organizan en el exilio para seguir ayudando a las personas que están dentro y a las que están saliendo, las iniciativas de cuidados como espacios de contención emocional, de información para personas que se ven obligadas a salir del país, así como los intentos de seguir acompañando a quienes sufren el día a día de la dictadura dentro del país.
(Martha Cabrera, 2015) nos ha dejado una importante seña sobre lo que implica el trauma colectivo, ¨La mochila pesada que cargamos las y los nicaragüenses¨ dice Martha sobre los múltiples duelos que tiene nuestra sociedad sin sanar antes de que pasara el 2018, casi una urgencia de hablar contra el silenciamiento de la memoria como una importante clave para desmechar aquello que nos ha dolido, Abril duele pero no estamos a solas con ese dolor.
Abril nos mandó a romper ese silencio colectivo, hasta los más reaccionarios a los cambios, saben que todas las personas de Nicaragua estamos con las manos arriba y que el país ya nunca más fue lo mismo, mientras no veamos el dolor de a quienes más les ha afectado esta dictadura, más nos alejamos también de nuestro dolor, la consecuencia es un sentir sin contexto, un pueblo sin memoria, un pueblo sin solidaridad.
Nicaragua necesita librar una revolución personal a la par de la revolución colectiva, entender que salimos a la calle por la vida, también es abrazar nuestras luchas diarias por nuestra dignidad con actos más bondadosos para con nosotras y nosotros mismos pero también con las demás personas, mientras denunciamos la estructura dictatorial las y los nicaragüenses debemos comprometernos con el cambio personal, rechazar la manera en la que nos han querido separar.
Por ejemplo, las actitudes crueles que hemos aprendido de esta dictadura, la forma violenta de ser hombre, abusador, maltratador o que todo lo resuelve con la violencia física, la forma cruel de despreciar a las mujeres, el cómo hemos sido socializadas entre mujeres, aquellas que tienen más privilegios por su color de piel o clase social o por su corporalidad, quienes tienen más respeto por su orientación del deseo o identidad sexual.
La manera en la que por muchos años nos hemos olvidado de las poblaciones indígenas y campesinas, el racismo internalizado que aún sobrevive en nuestras mentes colonizadas, el descuido a nuestro medio natural a través de la permisividad de la explotación de las grandes empresas y de la misma dictadura para el extractivismo, el rechazo a nuestra diáspora nicaragüense que sobrevive en el exilio.
No podemos permitirnos una sociedad que lucha por la libertad solo de unos pocos, ya sabemos ese cuento y si no queremos pasar por este mismo dolor, debemos aprender a hacernos cargo de la herida, de ver al trauma y darle espacio para entender que todas esas formas de ser nicaragüenses no son compatibles con una vida libre de violencia, como dicen las feministas nicaragüenses, ¨las violencias machistas reproducen dictaduras¨.
Pero también las violencias racistas perpetuar el colonialismo, el clasismo y elitismo que aún nos gobierna y construye líderes políticos que quieren ser finqueros y dictadores, sacar al dictador de nuestras mentes es una gran muestra de solidaridad hacia nuestro pueblo y una forma eficaz de luchar contra el régimen de Daniel Ortega.
Y es que cuando practicamos la solidaridad también nos ayuda a gestionar nuestras heridas de rechazo, de abandono, de reconocernos en la otredad y ayudarle, posibilita la acción inmediata frente a la impotencia, el miedo y habilita las herramientas que necesitamos como grupos para salir de las situaciones de vulnerabilidad que atravesamos como pueblo, con esta dictadura perdemos todas y todos, abril es un recordatorio latente, de reconstruir la memoria colectiva reconociendo nuestro trauma social y nuestras estrategias de lucha y resistencia.
Como una vez dijo Gioconda Belli ¨La solidaridad es la ternura de los pueblos¨ y a la cual yo agrego: ¨La solidaridad es la justicia social del pueblo¨ El pueblo oprimido de Nicaragua comenzó su liberación en abril de 2018, nos toca mantener viva esa dignidad y resistencia.