-Escrito por Olguita Acuña-

Me vi despojada de todas las comodidades, mientras caía en cuenta que mi estadía fuera de mi país se extendería indefinidamente. Sin acceso a trabajo formal y con el futuro incierto, la reinvención y la resiliencia me llevaron a aferrarme a la musicalidad de mi voz como trinchera de lucha. 

Salí de Nicaragua en la madrugada del 11 de septiembre del 2018, luego de distintas amenazas contra mi vida y por extensión la de mi familia, por participar de manera activa en las marchas, plantones y servir de contacto para los centros de acopio. Llegué con la idea de estar fuera los 3 meses que me permitía la visa tica esperando que se calmaran las aguas en Nicaragua, pero el hostigamiento policial solo incrementaba y decidí aplicar al refugio, tras los consejos de las amigas que me daban lugar para dormir las primeras semanas en Costa Rica, tuve la dicha de que distintas amistades me recibieron por cortos plazos, antes de poder rentar en una zcuartería en el Barrio Cristo Rey y no dormir en los parques, como lo hicieron tantos miles de paisanos.

Esperé seis meses para la primera cita en Migración, donde presentaba mi caso por escrito y solicitud de refugio, tres meses más para el permiso laboral, y estuve casi diez meses sin oportunidades de trabajo formal, en todo este tiempo vendí palomitas, trabajé haciendo traducciones del inglés al español, lamentablemente con más de una estafa, y hasta recibiendo acoso y cuestionamiento por mi orientación sexual, canté en las calles, bares y esto último fue, en definitiva, lo que me revolucionó la perspectiva.

volcánicas El arte de la resiliencia

Fotografía cortesía de Olguita Acuña durante conversatorio organizado por Volcánicas llamado ‘Refugiadas en Diálogo’ en el Centro Cultural de España en Costa Rica en el marco del Día Mundial de la Refudiada en Junio 2023, tomada por Ximena Castilblanco Morazán.

Mi primer trabajo cantando fue en Rayuela, un bar bohemio frente a la Plaza de la Democracia, donde más de uno de los espectadores me detuvo para preguntar mi procedencia, y al decir que era nica, me hacían comentarios como: ¡Ah! Estuvo como problemático por allá, ¿verdad?

Para mi sorpresa, los locales creían que la situación en Nicaragua ya se había normalizado, cuando era pleno 2019, y el cierre de medios de comunicación independientes, arrestos arbitrarios, entre tantas otras atrocidades cometidas por el régimen Ortega-Murillo, estaban a la orden del día.

Soy la menor de tres hermanos y aunque viví rodeada de música por parte de la familia de mi mamá, los Acuña, se me dejó claro que de las artes no se vive, no es más que un lindo hobby, incluso un don, pero pare de contar. Entonces, lógicamente, yo no me desarrollaba como cantante en Nicaragua, más que como miembro en el coro de la iglesia y participando en cantatas con amigos de la universidad, de vez en cuando. Siempre me ha apasionado la música, pero aquí pasó de ser un pasatiempo a una ocupación laboral, un instrumento de auto-cuido y también mi principal herramienta de resistencia.

Fotografía cortesía de Olguita Acuña durante concierto en San José, Costa Rica

Hice de los escenarios mi plataforma para denunciar la violencia estatal, y atropellos contra los derechos humanos, entre canciones del Dúo Guardabarrancos, y cantos de la misa campesina de los Mejía Godoy, a la vez que se convirtió en un espacio donde permitirme sentir las nostalgias que son parte del duelo de migrar.

Poco a poco se regó la voz que una muchacha cantaba folclore nicaragüense en un bar de San José, y de repente la gente empezó a llegar con sus banderas de Nicaragua, gritando consignas y bailando entre las mesas del local; los nicas nos tomábamos Rayuela los sábados por la noche, nos acompañamos y creamos vínculos de confianza y de redes de apoyo.

Las, les y los jóvenes que tuvimos que exiliarnos cargamos con tantos duelos, que muchas veces no tenemos ni tiempo para afrontar, porque estamos demasiado ocupadas sobreviviendo en un país ajeno que nos rechaza sin conocer nuestra historia. El régimen nos robó amigos, familia, estudios y hasta la oportunidad de enterrar a los nuestros con dignidad, limitadas a ver como bajan a la tierra desde la pantalla de un celular, abrazando a las amistades que se convirtieron en familia.

Asumirme artista y activista feminista, me tomó un par de años en el escenario y varias heridas por parte de colegas en la música, que hicieron evidente como a las mujeres nos violentan a través de la minimización de nuestras capacidades, la cosificación de los cuerpos, entre otras situaciones lacerantes.

Este reconocimiento fue gracias a las voces de otras mujeres y jóvenes que me incluyeron en su tejido, confiaron en mi interpretación, empatizan con mi travesía y transformamos los dolores en acordes, mediante la escucha empática y la sororidad. De esta forma, también tuve la oportunidad de ser referida a Médicos sin Fronteras para recibir acompañamiento psicológico necesario para afrontar las pérdidas que sufrimos al exiliarnos, porque migramos para vivir y nos colectivizamos para seguir adelante.

Ya tengo cinco años desarrollándome como cantante y actualmente estoy en el proceso de grabar mis canciones en el estudio y subirlas a plataformas de difusión, he escrito alrededor de veinte piezas entre canciones y spoken word que además de ser formas de denuncia a las violencias también son cantos de esperanzas que espero poder continuar compartiendo y  conectando con más personas. 

¡Hoy puedo decir que la música me salvó la vida!