Por Brisa Bucardo, Miskitu, Activista y Periodista
Lo que alguna vez fue un hogar ancestral y sagrado para las comunidades indígenas de la Muskitia (Costa Caribe) nicaragüense se ha convertido, nuevamente, en el escenario de un despojo inhumano, donde la colonización no es solo un proceso histórico, sino un proyecto político activo. La invasión refleja la persistencia de una larga historia de opresión como herramienta para abrir puertas a modelos extractivos.
A pesar de los avances legislativos logrados por las comunidades indígenas y afrodescendientes en Nicaragua, como leyes diseñadas para proteger sus derechos y prevenir violencias sistemáticas, la realidad actual muestra que la violencia y el despojo continúan. Estos actos se han adaptado a nuevas estrategias y, en algunos casos, utilizan argucias legales para evadir la protección prometida.
Durante más de dos décadas, estas comunidades han sufrido ataques por parte de grupos armados de colonos que, con el respaldo gubernamental, llevan a cabo invasiones, saqueos, asesinatos y desplazamientos para someter a los pueblos indígenas. Solo en el primer semestre de este año (2024), las organizaciones indígenas documentaron 643 violaciones a sus derechos y el asesinato de 5 personas, elevando a 75 el número total de indígenas asesinados por colonos desde 2013.
Fotografías de la comunidad miskita en Nicaragua por Brisa Burcardo
En este contexto de despojo y violencia, las mujeres indígenas están en el epicentro del conflicto, enfrentando una combinación devastadora de violencia estructural, discriminación y marginación. Esta violencia se basa no solo en su género, sino también en su origen étnico y cultural, aspectos que a menudo reciben una atención insuficiente. La intersección de estas formas de violencia tiene un impacto profundo y único en ellas, afectando su bienestar, su participación en la vida comunitaria y su capacidad para resistir el despojo.
La violencia estructural y el abandono histórico afectan a las mujeres indígenas de manera significativa. La violencia estructural perpetúa desigualdades que limitan su acceso a servicios básicos, justicia y oportunidades económicas. El abandono histórico, evidenciado en la falta de inversión y apoyo estatal, agrava su vulnerabilidad. Estas dinámicas no solo perpetúan un ciclo de marginación y pobreza, sino que también socavan su bienestar físico y emocional, restringiendo su participación plena en la vida comunitaria y su capacidad para ejercer sus derechos. En los conflictos de invasión de colonos, estas condiciones extreman su sufrimiento y marginación, limitando gravemente su capacidad de defensa y exacerbando su precariedad.
Los cuerpos de las mujeres indígenas como estrategia de despojo
Entre los patrones de invasión, se han destacado prácticas de explotación y abuso sexual de niñas y adolescentes como una estrategia para incitar la violencia y justificar asesinatos de integrantes de la comunidad. Además, se ha observado el secuestro de estas jóvenes con el propósito de embarazarlas y utilizar los lazos paternos resultantes como medio para reclamar derechos sobre las tierras indígenas.
Frente a las denuncias continuas, se ha desarrollado una nueva táctica para reclamar derechos sobre las tierras indígenas: la creación de crisis alimentarias mediante el despojo de parcelas agrícolas. Este despojo obliga a los padres o tutores a buscar sustento en otras áreas, lo que facilita el acercamiento de los colonos a las niñas. Los colonos utilizan “romances” para persuadir a las jóvenes y llevarlas a las zonas invadidas, donde las familias se ven incapaces de recuperarlas debido a la situación de conflicto.
Fotografías de la comunidad miskita en Nicaragua por Brisa Burcardo
Todas estas prácticas exponen a las mujeres jóvenes a vivir en un entorno culturalmente alienante y carente de protección familiar o comunitaria, sometiéndolas a una violencia y una indefensión extremas.
Después de los secuestros, los colonos frecuentemente se acercan a las familias de las niñas o adolescentes para reclamar derechos sobre las tierras, alegando que su nueva «relación familiar» les concede derechos sobre las propiedades. Cuando las familias indígenas o las mujeres se oponen a este despojo, enfrentan a diversas formas de violencia, que pueden incluir feminicidios, asesinatos de familiares o desplazamiento forzado en un intento por proteger sus vidas si logran escapar.
Además, la impunidad y la falta de acceso a la justicia en las comunidades fomentan el secuestro de menores y el feminicidio de mujeres indígenas, así como otras formas de violencia. Esta situación también restringe la libre movilidad en sus territorios, impidiendo que puedan llevar a cabo sus actividades culturales esenciales, como la agricultura, la pesca, la recolección de plantas medicinales y el aseo personal en ríos y quebradas.
A estas situaciones se añade la represión política contra las víctimas que intentan denunciar, así como la revictimización mediante las narrativas gubernamentales que minimizan las agresiones de los invasores contra las mujeres indígenas.
Impacto emocional
Las consecuencias de la violencia sexual, el desplazamiento forzado y la pérdida de recursos tienen un impacto profundo en la salud mental y física de las mujeres indígenas. En múltiples ocasiones, las mujeres han descrito la fuerte tensión que experimentan al vivir en un entorno de constante amenaza, donde deben dormir con sus hijos e hijas en brazos o incluso atados a su pecho para protegerlos de posibles ataques de los colonos. Además, muchas han desarrollado traumas severos debido a la inseguridad y a la falta de acceso a especialistas en salud mental.
Fotografías de la comunidad miskita en Nicaragua por Brisa Burcardo
Sumado a esto, las mujeres asumen la carga del cuidado y del trauma. En cada comunidad afectada por los ataques de los colonos, ellas llevan el peso de gestionar emocionalmente el trauma que sufren tanto ellas como sus hijos e hijas. En cada comunidad invadida y con cada ataque de colonos a familias y comunidades indígenas, las mujeres cargan con el peso de la gestión emocional del trauma que viven ellas mismas y también sus hijos e hijas.
Cada vez que sus parejas o familiares salen hacia los bosques, las mujeres enfrentan la constante preocupación de si volverán a verlos. Además, la presencia de colonos armados en las comunidades genera una preocupación constante sobre la seguridad de ellas mismas y de sus hijas.
Economía y recursos
Las mujeres indígenas dependen profundamente de la tierra para llevar a cabo sus actividades productivas, desde la agricultura hasta la recolección de recursos forestales. Sin embargo, la invasión de colonos y la explotación intensiva de los recursos naturales están destruyendo los medios de vida que han sustentado a estas comunidades durante siglos. La economía de las comunidades indígenas, tradicionalmente basada en la agricultura y la recolección, está siendo devastada. La invasión altera drásticamente los ecosistemas, reduciendo la disponibilidad de recursos esenciales para la vida cotidiana.
Fotografías de la comunidad miskita en Nicaragua por Brisa Burcardo
En este contexto, la lucha por la tierra se transforma en una lucha por la supervivencia económica. Las mujeres se enfrentan al desafío de sostener a sus familias y comunidades en un entorno hostil y cada vez más incierto. La escasez de recursos y el desplazamiento forzado amplifican su vulnerabilidad económica y social, haciendo que la lucha por recuperar su tierra sea, en esencia, una lucha por la supervivencia.
Frente a la falta de acción estatal y la creciente violencia derivada de la invasión, las mujeres se ven obligadas a desplazarse no solo dentro de su propio territorio, sino también hacia otros territorios e incluso a otros países.
Mujeres a cargo de los cuidados
Frente a la persistente ola de violencia que amenaza tanto su seguridad alimentaria como sus vidas, muchas mujeres indígenas se han visto obligadas a desplazarse, ya sea dentro de su propio territorio, a otras regiones, o incluso a otros países como último recurso para sobrevivir. A pesar de las difíciles condiciones del desplazamiento, las mujeres continúan asumiendo la responsabilidad principal del cuidado de sus hijos, sobrinos, nietos, abuelas, madres y personas con discapacidad dentro de sus familias.
Abandonar su territorio implica para las mujeres indígenas enfrentar una serie de traumas profundos y desafíos significativos. El desplazamiento no solo conlleva la pérdida de sus hogares y estilos de vida tradicionales, sino también la adaptación a nuevas realidades culturales y sociales que a menudo resultan en exclusión y xenofobia. Además, enfrentan la privación de acceso a recursos vitales como las tierras para la agricultura y la práctica de la medicina tradicional, lo que contribuye a una vida precaria y a problemas de salud.
El cambio de entorno también conlleva barreras lingüísticas, ya que muchas de estas mujeres deben enfrentarse a comunidades donde se hablan idiomas diferentes al suyo, lo que limita su acceso a servicios básicos, asistencia y oportunidades de empleo. La falta de acceso a sus recursos tradicionales y el aislamiento en un entorno desconocido incrementan su vulnerabilidad, exponiéndolas a un mayor riesgo de violencia de género debido a la ausencia de redes de protección comunitaria. En consecuencia, la adaptación forzada a nuevas realidades puede generar una serie de dificultades adicionales, desde la pérdida de identidad cultural hasta la exposición a condiciones de vida adversas y barreras lingüísticas que agravan su precariedad y marginación.
Fotografías de la comunidad miskita en Nicaragua por Brisa Burcardo
El impacto de la invasión de colonos altera profundamente la vida de las mujeres indígenas, modificando las fronteras físicas y culturales de sus comunidades. Sin embargo, a pesar de este devastador panorama, estas mujeres persisten en su lucha tanto dentro como fuera de sus territorios. Se adaptan a las nuevas realidades, preservan y replican sus tradiciones culturales, resisten con valentía y continúan demandando justicia y reconocimiento.
Es imperativo abordar la problemática del despojo y la violencia contra las mujeres indígenas desde múltiples frentes, sin caer en la revictimización. Este enfoque integral debe involucrar a distintos sectores de la sociedad, incluidos los gobiernos, las organizaciones internacionales, las comunidades académicas y la sociedad civil. La responsabilidad compartida es crucial para garantizar una respuesta efectiva y justa.
Es fundamental que se reconozca y se visibilice la complejidad de la situación, evitando narrativas simplistas que desvíen la atención del verdadero origen de la violencia. La colaboración entre estos sectores puede fomentar políticas públicas inclusivas, fortalecer redes de apoyo y asegurar la implementación de leyes que protejan realmente a las mujeres indígenas, sin someterlas a procesos de revictimización.
Además, es necesario promover espacios seguros para que las mujeres indígenas puedan denunciar las violencias sin temor a represalias. Se debe proporcionar apoyo psicosocial accesible y culturalmente adecuado, y garantizar que las intervenciones respeten y preserven sus identidades culturales. Solo a través de un compromiso sincero y coordinado se podrá construir un entorno donde las mujeres indígenas puedan vivir sin temor y con dignidad, restaurar sus medios de vida y ejercer plenamente sus derechos. La urgencia de esta tarea es evidente, y la acción colectiva es la clave para revertir la injusticia y asegurar un futuro más equitativo para todas las comunidades afectadas.