Tuvieron que pasar 4 años y 10 meses eternos para que me aprobaran el estatus de persona refugiada. Es un proceso que me cansò  emocionalmente y fuè abrumador por las incontables veces que debì escribir, verbalizar y revivir las experiencias dolorosas vividas en mi paìs de origen, experiencias que fueron las razones  justas que me llevaron a decidir huir hacia Costa Rica.

Al escribir esta historia de vida, siento una gran fuerza que no habìa sentido en mucho tiempo. Ahora puedo contar mis vivencias con más confianza, sin sentirme juzgada o culpabilizada sobretodo por mí misma. Siempre soñé con viajar a otros países, pero en mi vida pensé emigrar de Nicaragua y tampoco nunca me diò curiosidad de conocer Costa Rica, quizás por las numerosas  noticias que llegaban a Nicaragua acerca de la xenofobia que sufrían muchos compatriotas en este país.

Siempre he sido una joven de espìritu libre y sensible, me enoja profundamente las injusticias que enfrentan los màs desprotegidos. Afortunadamente mi madre siempre me ha dejado elegir mis propios caminos, sin embargo en 2018 cuando decidí unirme a las protestas sociales en mi ciudad, mi madre no estuvo de acuerdo. Tenìa muchos motivos: uno de ellos era el temor a los señalamientos de los vecinos que pertenecían a los Consejos del Poder Ciudadano y  que podìan percatarse de mi participaciòn en las manifestaciones. Tambièn temìa que pudiera sucederme algo desagradable en las calles debido a la represión estatal. Por esa razón, durante la mayor parte del tiempo entre Abril y Agosto de 2018, no viví en mi casa, sino en casa de varias amigas con las que nos organizamos para llevar a cabo diversas actividades que contribuyeran a la causa social.

En agosto de 2018 cuando la inseguridad se convirtiò en el pan de cada día acompañada de impunidad estatal y personas secuestradas en sus propias casas, sin derecho a expresarse en contra del gobierno de Ortega, decidí salir del país.

Con mucho miedo, pero decidida a no quedarme en un lugar donde no me sentìa segura y donde mi futuro era incierto, hice mi maleta con algo de ropa,  60 dólares y un libro de inglés que aùn conservo. Ese año había comenzado  a estudiar inglés, aunque no pude terminarlo, y algo dentro de mì me decía que tenía que lograr esa meta.

Así pues, salí sin pasaporte, dispuesta a cruzar la frontera de manera irregular. Logré llegar a Migración, ubicada en Peñas Blancas, y hice fila durante varias horas junto con otras personas para solicitar refugio. Había familias con muchos niños y niñas; el ambiente era desolador, se respiraba desesperanza. En ese momento, experimenté el primer acto de xenofobia hacia mi persona. El oficial de migración que me atendió hizo las preguntas correspondientes a mi solicitud de refugio, a las cuales contesté con mi verdad. Estaba llena de miedo e inseguridades. Mientras yo contaba mi historia, él se burlaba con otros funcionarios. Cuando casi terminaba de completar mis datos, dijo textualmente: «Estos hijueputas solo vienen al país a joder». Permanecí callada y, cuando terminó el proceso, no pude contener las lágrimas. Sentí todo el desprecio que se le puede hacer a una persona nicaragüense en este país. Un hombre desconocido me consoló y me dio un pedazo de pan. Nunca olvidaré ese gesto humano.

Como nosotras fuimos relativamente las primeras personas solicitando refugio durante el 2018, sucede el permiso laboral se entregaba seis meses después de presentar la solicitud, lo que obligaba a la mayoría de los solicitantes a aceptar trabajos mal pagados o incluso a no recibir ningún pago, o a estar desempleados. Como resultado, tuvimos que enfrentar hambrunas y otras experiencias inhumanas debido a la falta de documentación. Para poder sobrevivir, acepté ser voluntaria en una organización nicaragüense que mantenía comunicación directa con los directivos de la DGME. Brindábamos asesoría migratoria a todos los compatriotas que lo necesitaban. Era un trabajo voluntario, nunca me pagaron, pero siempre me sentí orgullosa de esa etapa porque conocí a mucha gente que había venido a este país por las mismas razones que yo, y estaba en mis manos ayudarles con mi granito de arena. Recuerdo que en esa organización llegaban familias enteras de hasta 10 miembros, niños, personas sin ropa y con hambre. Todas tenían diversas necesidades, pero las personas que más me conmovían eran aquellas que no sabían leer ni escribir, ya que la mayoría provenía de zonas rurales de Nicaragua y habían participado en protestas y tranques, pero no habían guardado fotos ni videos que les servirían como prueba para ser elegibles como refugiados. Les aconsejaba que le pidieran a algún miembro de su familia que les escribiera el relato y lo guardaran, ya que ese sería el mismo relato que tendrían que verbalizar el día de su cita de elegibilidad.

Un día decidí dejar esa organización porque el director le había pedido sexo a una mujer nicaragüense a cambio de ayudarla con su solicitud de refugio. En ese momento, yo aún no tenía el permiso laboral y eso fue desolador, pero le pedí a unas conocidas que me dieran posada mientras encontraba trabajo, y por suerte ellas me ayudaron.

Me caracterizo por ser sociable y resiliente, las redes de mujeres salvaron mi vida, organizarme con mujeres Costarricenses ha sido un enorme aprendizaje a nivel cultural, no es cierto que todos los Costarricenses son xenófobos, tuve la enorme idea de acercarme a las colectivas feministas Costarricenses, encontré en Las Rojas no solamente una forma de protesta social diferente, eso me hacía sentir viva y cercana a la búsqueda de justicia, también, encontré hermanas, amigas, mujeres con gran experiencia organizativa y de las cuales yo quería aprender. Al mismo tiempo me organicé con mujeres exiliadas Nicaragüense y formamos la Red de Mujeres Pinoleras, espacio en el que estuve 2 años y del cual también me siento súper orgullosa,  después decidí concentrarme en otros proyectos personales al que debía invertirle más tiempo y dedicación, realicé el exàmen de admisión para ser estudiante de la UCR y desde el 2021 estudio la carrera que un día dejé a medias, inglés.

En 2020 tenía cita para mi entrevista de elegibilidad y la pandemia hizo que me la reprogramaran para el 2021, y ooooootra vez a contar la historia que desde un inicio conté y que había contado por varias ocasiones, esto me desgastaba emocionalmente, en ese año lo que me diò fuerzas fuè ser estudiante de la UCR, ser estudiante también dignificó mi existencia.

En 2022 me invitaron a un encuentro de mujeres lideresas en Guatemala y no pude viajar debido a que no me habían aprobado mi refugio, me diò tanta rabia porque según el reglamento para los refugiados en su artículo 37 expone que la DGME tendrá 3 meses para emitir una resolución a cerca de las solicitudes de refugio, hasta ese momento, ya había ido a revisar mi expediente 3 veces a la DGME y nada que me daban respuesta.

En 2023, me dì cuenta que el Servicio Jesuita Costa Rica estaba brindando asesoría migratoria gratuita, decidí contactarlos porque sentí que sola no podría, me sentía abandonada, consideré que la DGME no estaba respetando el debido proceso y por fin en Junio de 2023 me notificaron que me reconocen como persona refugiada, estos últimos días he sentido que todo ha valido la pena, ser reconocida como persona refugiada te dignifica.

Mi mensaje para todas las personas solicitantes de refugio es que soliciten asesoría migratoria en el servicio Jesuita de Costa Rica, que pidan consejos a las personas que ya han sido reconocidas como refugiadas, que lean el reglamento de las personas refugiadas, ahí están todos nuestros derechos y obligaciones. 

Finalmente las redes de apoyo y la resiliencia fueron factores importantes en mi proceso. La solicitud de refugio es un tràmite desgastante emocionalmente, y muy doloroso por todo lo que implica revivir muchos duelos. Les deseo mucha fuerza para continuar enfrentándolo.