-Escrito por Egda Castillo-
Mi nombre es Egda Karolina Castillo, nicaragüense y Trabajadora Social. Estudié Instrucción en Teatro Popular, y me encantan las artes escénicas, así como todas aquellas actividades creativas y recreativas que mueven mi energía y sanan mis sentires. Soy del Diamante de las Segovia Estelí; nací, me crié y me desarrollé, pero fui exiliada de esta ciudad.
Desde los 14 años, he estado involucrada en el desarrollo social de mi localidad, siendo una joven adolescente que aprendió, facilitó y promovió la salud sexual y reproductiva en mi comunidad con las CDA (Casas del Adolescente). Esto hizo que desarrollara un compromiso decisivo por la defensa de los derechos humanos. Esta fue la principal razón para denunciar todos los tipos de violencia, desafiando incluso a mi propia familia cuando uno o varios familiares agredieron sexualmente a la niñez en mi familia.
Así me independicé a los 18 años, saliendo de casa con la lucha por la puerta. Estas acciones hicieron posible un sueño, y en conjunto con mis hermanas, nació «LAS AMAPOLAS ESTELÍ», un grupo de teatro que surge de la necesidad de educar y denunciar sobre las violencias de género y cómo enfrentarnos a estas. Desde la resiliencia que nos permite, continuar creyendo que existen las cuerpas libres. Trabajé en el Centro de Mujeres Ixchen y acompañé a muchas mujeres en sus procesos de empoderarse de sus cuerpas.


Estas razones fueron las principales para que mis hermanas y yo fuéramos blanco fijo en el escenario social de 2018 en Nicaragua. Salir a las calles a protestar, apoyar a personas heridas e incluso realizar encuentros pacíficos para contener el llanto el 20 de abril o un 30 de mayo, donde mancharon nuestra memoria con muerte de amistades. Todo eso era excusa para saber que desde hacía mucho ya era persona disidente de la dictadura Ortega-Murillo.
Después de meses de recibir amenazas, asedio e incluso enfrentarme a situaciones con armas de fuego en la calle, fue entonces que empecé a decidir mi ruta de salida de casa. Ya no podía ver a mi familia, mis hermanas ya habían migrado. Solo me quedaban ganas de quedarme al lado de mis primos pequeños. Por mi vida, comencé a contactar a un amigo del colegio que vivía en Costa Rica, para que me recibiera y me ayudara a buscar trabajo.
Salí de mi casa a las 2 a. m. del 12 de julio de 2018, con una maleta en mano y la esperanza de volver en tres meses. Recuerdo ese viaje como el dolor más grande de mi vida, mientras había protestas por todo el país. Mientras mi primito de 5 años lloraba al teléfono, diciéndome que no fuera y mi alma se partía en pedazos porque muy en el fondo sabía que no habría retorno.
Llegué a Heredia ese mismo día a las 11:00 de la noche, sabiendo que allí no iba a estar bien. Pues el novio de mi entonces amigo tenía una expresión de desprecio. Igual en la mañana del día siguiente me alisté y fui a conocer mi primer trabajo: ayudante de una cafetería en la universidad Fidelitas. No ganaba mucho, pero me daba para los pasajes y empezar a ver mi ruta.
Tenía mucho miedo, y eso hacía imposible que me acercara a pedir ayuda a alguna organización. Por lo que empecé de manera autodidacta a ver la ley de refugio, averiguar sobre migraciones y organizaciones que apoyan a refugiados. Llamé al 1311 y pedí una cita de manera desesperada; igual tuve que esperar tres meses.
Durante ese mes que estuve en Heredia, empecé a vivir violencia psicológica por parte del novio de mi ex amigo, y la gota que derramó el vaso fue cuando empezaron a proponerme que me prostituyera en el hotel El Rey si no encontraba trabajo. Pues la verdad no juzgo el rubro, pero sé que no soy capaz de ejercer ese tipo de profesión.
Por lo que mantuve mi dignidad hasta el final, y en medio de llanto y confusión fui a pedir trabajo de empleada doméstica con una familia decente y evangélica de Tres Ríos. Sin embargo, el abuso laboral es lo que es siempre, y mi alma libre no está hecha para esos trabajos; sé demasiado de mi libertad. Entré en crisis de ansiedad y porque tenía que salir a resolver mi situación y rebuscarme como salir adelante.
Para ese entonces ya había ido a varias ferias de empleo de Integrarte en el edificio de la antigua aduana, ya había sacado mi repertorio de títulos que en ese momento no me servían de nada y ya tenía el alma hecha chingaste de tanto esforzarme y tratar de ser fuerte. Pues no tenía otra opción que seguir. Porque apenas estaba empezando mi odisea.
Viajé a Tamarindo por referencia de una amistad, empecé a cuidar el bebé de una amiga y buscar trabajo de ayudante de cocina en un restaurante. Me faltaba un mes para que se venciera mi visa y también para decidirme si iba a asistir a mi cita de pedir refugio el 10 de octubre de 2018. Fue entonces que encarcelaron a la hermana de un gran amigo, Amaya Coppen, esa alma preciosa que solo pedía libertad.
Así que ya era momento de pedir ayuda, no podía más, tenía alrededor de 8 meses de odisea y mi alma estaba cansada. Llamé a CENDEROS. Me recibieron en las casas de acogida donde, gracias a la vida, descansé para continuar. Puse una denuncia por Trata de personas, Solicité refugio. Conecté con personas colectivas Chicas al Frente, hicimos una colectiva de mujeres Migrantes Tejedoras de Caminos y Las Malinches.
Por fin conecté con mi Trabajadora Social, apliqué a un Trabajo con el ACNUR en la Pandemia y me mudé a Upala en el Siguiente año como Asistente de Protección. Le he trabajado a OIM y a todo lo que me salga de trabajo social, porque cuando se acaban las consultorías, pongo en práctica la autogestión. También estuve en Aldeas S.O.S porque lo social, la niñez, las mujeres y las cuerpas disidentes siempre serán una pasión para vivir y trabajar.


Estoy aprendiendo YOGA que me ha servido muchísimo para sobrellevar la migración, y quiero promoverlo para aquellas cuerpas que no pueden pagar y siguen luchando. No ha sido fácil; cada tanto tengo que estar lidiando con la precariedad, mi salud mental, el cuidado colectivo, comer. Los miedos y horrores que implica ser joven nicaragüense, los desafíos de migración, la violencia en las relaciones. Pero aquí estoy viva, siendo vulnerable pero luchando.
Lo que más agradezco de mi historia de migración es que vine a sanar a mis antecesoras, a mi abuela, a mi madre y tías, que también emigraron por la situación económica en el 2000 y hoy sé lo mucho que lloraron en este proceso. Agradezco que estoy consciente de llevar un proceso terapéutico, que he sido una entre muchos que en medio de tanta desesperanza ha encontrado personas, principalmente mujeres, que sostienen mi dolor.
He intentado entrar a la universidad de Costa Rica, y por la pandemia tuve que renunciar a ese sueño que tenía mucho antes de emigrar, y ahora otra vez lo estoy intentando. Me ha tocado migrar internamente en Costa Rica por trabajo. Seguramente lo seguiré haciendo. Pero sé que estoy acompañada, por eso me voy a quedar aquí para sostener a otras, porque somos una red.