Durante mi carrera periodística, he tenido el privilegio de encontrarme con mujeres lideresas, migrantes o exiliadas nicaragüenses que luchan en Costa Rica por una vida digna. Su lucha no solo es por ellas y sus familias, sino también para otras personas exiliadas quienes han solicitado refugio en ese país y viven en limbo migratorio desde hace muchos años por la lenta respuesta de la Unidad de Refugio de la Dirección General de Migración de Costa Rica (DGME).
Estas mujeres desempeñan un papel fundamental al acompañar y asesorar a otras personas exiliadas en el complejo proceso migratorio de Costa Rica. Según datos proporcionados por la DGME, desde 2018 hasta finales de enero de 2024, se han presentado un total de 260,551 solicitudes de refugio, de las cuales apenas menos del 5% han sido aprobadas. Dentro de esta cifra alarmante, se destaca que 106,557 corresponden a mujeres nicaragüenses, representando un 41% del total. Sin embargo, solo 4109 de estas mujeres han sido reconocidas como refugiadas en Costa Rica.
Más allá de exponer estas cifras, es crucial destacar el caso de una mujer activista que se encuentra en una situación similar a las más de 100,000 mujeres que están en limbo migratorio, esperando la aprobación de refugio. Me refiero a Scarleth Obando García, una joven capitalina de 32 años que se exilió en Costa Rica en agosto de 2018 debido a su activismo político y social en Nicaragua.
Scarleth, a pesar de encontrarse en una situación de incertidumbre migratoria, se ha convertido en una aliada vital para otras mujeres migrantes, e incluso para la comunidad Miskita, que luchan por integrarse dignamente en el país. Su compromiso y experiencia como activista le han permitido ofrecer apoyo y orientación, compartiendo su conocimiento sobre el proceso migratorio y brindando acompañamiento emocional en un momento tan difícil.
Recordando sus años de activismo en Nicaragua, donde participó en marchas, protestas y en el apoyo a movimientos sociales como el Movimiento Campesino y el Movimiento María Elena Cuadra, Scarleth se ha mantenido firme en su lucha por la justicia y la dignidad. A pesar de enfrentar el acoso y la persecución en su país de origen, su espíritu solidario la ha llevado a continuar su labor en Costa Rica, donde ahora su compromiso es acompañar a las personas solicitantes de refugio, en especial a las de su comunidad de Lomas del Río en Pavas, un cantón de San José.
En tiempos difíciles, la historia de Scarleth es un ejemplo claro de resiliencia y solidaridad entre mujeres. Demuestra que el apoyo mutuo es esencial en situaciones difíciles. Su activismo no solo le da un propósito, sino que también la fortalece para ayudar a más personas y aceptar ayuda de otras mujeres.
Su llegada a Costa Rica
Recuerda llegar a Costa Rica el 15 de agosto, día de las madres costarricenses, uno de los días más agridulces de su vida. Al salir de Nicaragua, no logró despedirse de su mamá, dejó a sus hijas, y cruzó de forma irregular, llevando consigo un cóctel de emociones que le costó nombrar y procesar con el tiempo. “Se quedó mi vida allá. Yo solo traje una mochila llena de tristeza e incertidumbre, pero me acompañaba una bandera que percibí como símbolo de mi lucha”, menciona.
Desde ese momento, se propuso ser fuerte y buscar cómo estabilizarse para poder traer a sus hijas con ella, ya que la situación en Nicaragua se ponía cada vez más tensa y su familia seguía siendo acosada por la policía orteguista. Se estableció en Pavas y comenzó a tener trabajos informales, mal pagados y sin derechos garantizados por no tener documentación regular.
“En ese tiempo estaba sin permiso laboral y sin este documento, acceder a un trabajo digno es difícil”, menciona. Aunque la búsqueda de empleo fue un desafío, Scarleth obtuvo un trabajo en un hotel gracias a la intervención de una amiga costarricense, que le permitió estabilizarse y traer a sus hijas de vuelta.
Un año después de haber llegado, sus dos hijas mayores cruzaron a Costa Rica y este encuentro le devolvió parte de la vida. “Recuerdo poder darle ese abrazo a mi mamá que no le pude dar cuando me vine”, comenta.
Para ese entonces, su red de apoyo crecía. Conoció a su pareja, quien es Miskito, con quien actualmente está y tiene dos hijos más, un niño y una niña. A través de él, se relaciona con la comunidad miskita exiliada en Costa Rica.
Su convivencia con la realidad miskita migrantes en Costa Rica
Conocer de cerca las realidades y limitaciones que enfrenta la población miskita exiliada en Pavas la inspiró a trabajar con la comunidad de la Costa Caribe, encontrando en el activismo una forma de hacerlo.
A través de líderes y líderesas de la Costa Caribe Norte que la conectaron con la comunidad Scarleth comenzó a participar activamente en sus actividades, brindando información migratoria, distribuyendo paquetes alimenticios, buscando materiales escolares para las niñeces miskitas o participando diversos talleres formativos.
Fotografía cortesía en donde se observa a Scarleth Obando preparando los útiles escolares para la Comunidad Miskita exiliada en Costa Rica
Scarleth señala que la comunidad miskita en Costa Rica enfrenta una serie de limitaciones que obstaculizan su integración y bienestar en la sociedad. Cuenta sobre la barrera del idioma, ya que muchos miskitos no hablan español con fluidez, lo que les dificulta comunicarse efectivamente, acceder a la educación y encontrar empleo.
“Muchos de ellos no van a solicitar refugio porque temen ser mal tratados o mal atendidos por Migración, ya que esta institución no cuenta con un traductor. Entonces vemos a Miskitos sin documentos legales, sin permiso de trabajo, sin seguro médico, lo que aumenta su vulnerabilidad económica y social”, describe.
También resalta la invisibilización y estigmatización de la comunidad miskita en la sociedad costarricense e incluso entre los mismos nicaragüenses que viven en Costa Rica. “Esa falta de reconocimiento puede conducir a la marginación y al trato discriminatorio, tanto en el ámbito público como en el privado”. Aconseja posicionar a la comunidad en cada espacio que sea posible e invita a las organizaciones a incluirlos en los procesos de ayuda o formación.
El acuerpamiento le ha salvado la vida
El acuerpamiento ha desempeñado un papel fundamental en la vida de Scarleth e indica que también ha sido clave en la comunidad miskita en Costa Rica, facilitando conexiones significativas con la comunidad local y contribuyendo al bienestar emocional y social de sus integrantes.
“Vemos cómo entre los mismos Miskito se han ayudado a superar la barrera del idioma, a conseguir trabajo y poder integrarse o tener un espacio para recién llegados”, indica. Para Scarleth, esa red de apoyo que ha conformado le ha brindado orientación práctica y un sentido de pertenencia que ha sido fundamental para su adaptación y bienestar en un país extranjero.
“El acuerpamiento no solo ha sido una herramienta práctica, sino también un factor crucial para mi supervivencia y la capacidad para prosperar en este país cada vez más inseguro y más xenofóbico”, recalca.
El activismo que hoy hace
La experiencia de Scarleth con los talleres y procesos de formación ha sido transformadora y vital en su viaje como activista y apoyo para otras mujeres migrantes. Comenzando con el taller de la Asociación Puntos de Encuentro, que le permitió conectar con otras mujeres líderesas en Costa Rica, quienes aún siguen siendo sus redes de apoyo, y participar en otros procesos de formación que han enriquecido su vida personal y de colectividad. “Me incluyeron en procesos formativos con CENDEROS, PBI, con la colectiva feminista Las Malcriadas, la Red de Mujeres Pinoleras y otras fundaciones y asociaciones que nos capacitan”, describe.
Fotografía cortesía en donde se aprecia a Scarleth Obando compartiendo con mujeres miskitas en un proceso formativo en Costa Rica.
Estos espacios de aprendizaje le han proporcionado a Scarleth una base sólida de conocimientos, habilidades, otorgado la confianza y la inspiración para actuar. “He aprendido a abordar una amplia gama de problemas que enfrentan las mujeres migrantes, desde la violencia de género hasta las dificultades en la migración y la falta de apoyo, y como dice Heyling Marenco ‘la información da poder’”, menciona sonriendo.
Scarleth se ha comprometido a replicar estos talleres y procesos de formación con otras personas migrantes en su comunidad. “La gente que viene no siempre entiende sobre los procesos migratorios y uno tiene que explicarle, vienen con mucho desconocimiento, como vine yo al inicio”, dice. Además se ha organizado con otras mujeres líderesas migrantes para hacer entregas de alimentos, ropa y útiles escolares.
Mirando hacia atrás en su progreso desde que llegó a Costa Rica hasta el presente, Scarleth reconoce con gratitud el papel fundamental de los procesos formativos y las mujeres que ha conocido en esos han tenido gran impacto en su vida. “Han sido la fuerza impulsora detrás de mi transformación personal y la capacidad para crear un cambio significativo y positivo en mi entorno”, agrega además que siente un compromiso enorme con el acuerpamiento hacia otras mujeres migrantes, retribuir lo que ha recibido y aprendido para integrarse con dignidad a un país nuevo que ha puesto muchas barreras para la integración de las personas migrantes.